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Escandinavia

Hacía años que quería ir a Escandinavia, a Dinamarca, a Noruega y a Suecia. Tenía miedo de que me defraudase el viaje, de tanto que había deseado estar allí.

La sorpresa es que no me ha defraudado, sino todo lo contrario: la gente escandinava es magnífica, especial, natural, simpática e inteligente -desde el punto social, al menos-. Y los paisajes y las ciudades escandinavas que he visitado son una hermosura.

Me he sentido muy bien, muy a gusto, en Escandinavia. El viaje ha resultado un paseo encantador por un montón de sitios preciosos.

Sólo me quedo con ganas de volver a Estocolmo, porque sólo estuvimos allí un día en realidad. Estocolmo es una de las ciudades más bonitas y elegantes que he conocido nunca, y con ese laisser faire sueco resulta además de lo más confortable. Tampoco allí te mira nadie con acritud, les parece bien todo el mundo, o eso creo.

Noruega, por otra parte, es uno de los más hermosos y más simpáticos países que he visto nunca.

En fin, que hay que repetir. Gracias por todo, escandinavos.

Otro curso finiquitado

Por fin me han llegado las vacaciones de verano. Hasta septiembre no debo volver a la oficina, ni a interesarme por obligación por las cosas que nos ocupan cotidianamente, y que nos preocupan también, en el trabajo. Ha sido un curso durito, intenso y lleno de sobresaltos agotadores. Y no es el primero.

He tenido varios momentos de crisis personal desde que comenzó la fiesta allá por septiembre de 2008 (qué lejano me parece). En alguno de ellos incluso pensé que no iba a llegar hasta aquí. Demasiado follón para tan poco sueldo, me parece.

Claro, que también ha habido momentos divertidos entre tanto momento complicado y/o aburrido (por qué no decirlo), pero la mayoría de ellos han tenido lugar en Madrid, París, Londres, Dublín y Ámsterdam, ciudades en las que he pasado ratos de asueto entre viaje de trabajo y viaje de trabajo.

Por cierto, que dando un repaso por los sitios que he visitado esta temporada, me doy cuenta de que he pisado América, Asia, África, Europa y Oceanía. Todo un pleno.

En fin, bueno, pues ya está. Cerremos las carpetas y el correo del trabajo, que en septiembre tenemos fiesta y de la grande.

Mañana me voy a Cataluña con mi madre y mi sobrina, y a la vuelta me espera Ángel para preparar las maletas con las que viajaremos a Escandinavia, en un intenso viaje que nos lleva por primera vez a esas tierras del norte de Europa que siempre hemos deseado conocer.

La semana que viene cumplo cuarenta años. Cuarenta. “La hacen a una pensar”, como decía Marilyn en “Con faldas y a lo loco”, a cuento de sus veinticinco añitos recién cumplidos. Bueno, pues a darle a las meninges a ver qué tonterías se me ocurren. A lo mejor hasta os las cuento.

Lo de siempre: felices vacaciones a los que las disfrutéis al tiempo que yo.

Entre América e Inglaterra, un par de koalas

Acabo de volver de Sidney, ciudad a la que he viajado porque tenía que trabajar allí durante unos días. Ha habido suerte: la gente que allí he conocido (todos españoles), y con la que he compartido quehaceres durante estos días, son de lo mejorcito que me he encontrado por ahí. Un montón de chicos y chicas agradables, inteligentes, dispuestos y simpáticos: Fernando, Manel, María, Víctor, Miriam, Olimpio, Marta, Paula, Rocío, Ángela, Leire, Carlos… ¿Me dejo alguno? Si es así, perdonad. Además me he re-encontrado con Begoña, a quien ya conocí en Melburne, hace dos años.

Sidney, a primera impresión, recuerda fuertemente a una gran ciudad de Estados Unidos influida seriamente por cualquier ciudad británica o irlandesa. Una gran dosis de Occidente que muchos de los expatriados europeos en Asia aprovechan para sentirse como en casa. Y es fácil sentirse en casa en Sidney, porque los lugareños son muy accesibles.

En plan turista, me di una vuelta por la bahía de Sidney, hice una visita a la playa de Manly, una ciudad veraniega cercana, y además tuve ocasión de pasar unas horas en uno de los mejores y más famosos zoos del mundo, donde no sólo tratan ejemplarmente a los animales que allí viven, sino donde además es posible ver un montón de bichos locales, básicamente marsupiales y reptiles, que en ningún otro sitio he podido conocer.

Ha sido un viaje agotador, no lo niego (he pasado tanto tiempo en los aviones como en Sidney), pero sin duda también ha sido enriquecedor y probablemente inolvidable.

Está tan lejos Australia, que no estoy segura de si podré volver. Pero os aseguro que lo intentaré, porque me he quedado con todas las ganas del mundo de poder darme una vuelta por ese fabuloso país.

Babuinos y masais

La semana pasada estuve en Nairobi, trabajando intensamente. El miércoles, el mismo día que tomaba el avión de vuelta, tuve oportunidad de darme una vuelta por el parque nacional de Nairobi, una extensión de terreno salvaje a 20 minutos del centro de la capital keniana.

Si no hubiera sido por esa excursión, muy provechosa para una europea que pisa el centro de África por primera vez, no habría podido darme cuenta de lo cerca que me encontraba de las grandes reservas africanas, en donde todo tipo de animales campan a sus anchas, entre Tanzania y Kenia. Una vez que te encuentras en el campo africano, en la sabana, aunque sea sólo un rato, entonces la cosa cambia.

Porque hasta ese momento sólo me había movido por la ciudad como si fuera una reportera de guerra: en coche de la Embajada al hotel, del hotel a la Embajada, sin pisar la calle. Calle en la que, por cierto y por otra parte, no se puede fumar.

Esto ocurre porque una empresa estadounidense muy importante decidió -el colonialismo estadounidense es así- “patrocinar” una muy restrictiva ley en contra del tabaco. Desde hace unos meses está prohibido fumar en todos los lugares públicos de Nairobi (parece que a Mombasa y a otras ciudades aún no ha llegado este desquicie), y como la calle se considera un lugar público, no se puede encender un cigarrillo. En una ciudad en la que apenas hay aceras. En fin.

Los kenianos son abiertos, agradables, dispuestos, amables y dignos. Pegan la hebra a la menor oportunidad, y siempre tienen algo interesante que contar, sobre todo si hablan con alguien que tanto desconoce de su país y de su(s múltiples) cultura(s).

Sin duda, regresaré lo antes posible a Nairobi, pero no me quedaré más que lo justo para viajar desde allí al Masai Mara y a la costa. Y volveré con otro espíritu, como turista y con relajación. Que el país bien lo merece.

Mayday!

Cuando me subí al avión el viernes 1 de mayo hacia Chicago pensaba en que, precisamente, volaba hacia la ciudad en la que ocurrió hace ya mucho tiempo uno de tantos sucesos ignominiosos y brutales, en los que los patronos asesinan a miembros de la clase obrera que se ponen rebeldes. Uno de tantos, claro, pero justo el que se recuerda cada año en muchas partes del mundo desde entonces, el primero de mayo. En Estados Unidos, tal día es el “May Day”. ¿Recordáis que, además, la llamada de socorro de los pilotos ha sido tradicionalmente “mayday”?

Qué cosas: A la media hora de despegar, el piloto del avión en el que viajaba dijo “mayday”, al menos para sus adentros. Nos comunicó que el avión estaba averiado y había que regresar a Barajas. “Mayday!”, dijo algún cachondo entre el pasaje. “May Day”, me dije yo, “y nunca mejor dicho”.

Al fin aterricé en Chicago. Una ciudad evocadora, ¿verdad? Y no sólo por los sucesos del Haymarket de 1887, que se conmemoran cada año, sino por muchas cosas más. Era tanto el trabajo que allí me esperaba, y tanta la tensión que yo portaba, que poco pudieron mis muchos antecedentes emocionales sobre aquéllos, y no fui capaz de darme cuenta de que estaba en Chicago hasta que me pasée por la mañana, y sin querer, por la avenida Michigan. Nunca me he sentido así: como una pueblerina de La Mancha en los años treinta, pisando por primera vez una gran ciudad. Sólo podía mirar hacia arriba: los altos edificios de los años veinte y treinta bordeando el río Chicago me dejaron apabullada, de verdad. Y creed que ya llevo vistas muchas cosas, y muchas ciudades del mundo.

Es una ciudad pensada para que todo el mundo entienda que allí, en la milla de oro de Chicago, se mueve el capital rápido, el moderno, el que te levanta un rascacielos en dos meses y un barrio entero en ocho semanas. ¿Qué debió pensar Oscar Wilde cuando estuvo por allí? Dejó escritos varios comentarios jocosos y peyorativos sobre los grandes edificios chicaguenses, pero tal vez también tuvo ocasión de no dar crédito a lo que veían sus ojos. Claro que él era irlandés, y eso hace mucho carácter. Y además era Wilde, no cabe duda de ello.

Hace poco estuve en Miami, pero pensé que esa ciudad no era Estados Unidos del todo. Tenía razón: lo de Chicago es mucho más estadounidense, en todos los sentidos. Para bien, y sobre todo para mal.

He vuelto con sentimientos encontrados: reconozco mi apabulle por muchas cosas que he visto, pero yo me he sentido fuera del cotarro. Hago un montón de cosas que allí no se deben hacer, y que hacen que te notes expulsada de la norma, lo que allí es francamente incómodo. No es una ciudad tolerante, en absoluto. Es una ciudad imponente, en el sentido de que a todo el que la pisa se le supone un cierto comportamiento que, si no cumple, lo convertirá en un outsider. Y allí estar fuera es complicado.

Sólo he establecido conversación espontánea -y yo soy muy de hablar con cualquiera- con gente “homeless”, sin hogar, todos ellos negros, y pedigüeños sin excepción. No tienen otra. Les he dado lo que he podido, sobre todo tabaco, que han agradecido mucho.

Me he ido de Chicago con ganas de irme. Es una pena, pero es así.

Y es una pena, porque tal vez esperaba algo más de la ciudad. Creo que le daré otra oportunidad. A lo mejor, si cuando vuelva ya no fumo, me cae mejor.

Nochevieja irlandesa

Este año hemos decidido pasar la nochevieja en Dublín (Baile Átha Cliath, en irlandés). Nunca hemos estado en Irlanda, así que seguro que todo lo que veamos nos parecerá nuevo y divertido. Nos vamos dentro de unas horas, y si todo sale bien -así lo espero- esta noche estaremos bebiendo unas pintas de lager en algún pub del “Temple Bar”.

Ya os contaré qué hemos aprendido en este viaje, que nos apetece mucho.

¡Que lo paséis bien! Hablamos en 2009.

Cuánto tiempo… Y cuántas cosas que contar

En efecto, ha pasado mucho tiempo desde que actualicé por última vez este blog. Parte de la culpa la ha tenido, no lo dudéis, mi nuevo juguete internáutico, el Facebook, que me divierte mucho y concentra todo mi tiempo libre, en sus dos modalidades: el que salpica aquí y allá de mis ratos ocupados, y el que me sobra a montones, cuando tengo el lujo de encontrarme en posición de descanso.

Posición que es precisamente la que me ocupa desde que regresé de Túnez… ¿Cuándo fue eso? A finales del mes de noviembre, eso es. Hasta que volví del país magrebí -el único de los tres del área que no conocía-, e incluso una semana más tarde, no he logrado zafarme del nivel de estrés al que había llegado mi psique, por circunstancias -laborales y en cierto modo también personales- que no vienen al caso, pero que me han dejado exhausta.

Y es que desde el mes de octubre he estado en un ay, en un no parar. Creo que ya puedo decir que, más o menos, estoy tranquila y todo anda sobre ruedas.

Ahora tengo un par de planes en la cabeza y una obligación -dulce y personal, no laboral- que cumplir.

El plan más inmediato es el viaje que estoy preparando, para pasar la Nochevieja en Dublín. Y algunos días más, claro. Me hace ilusión conocer Irlanda, espero que a Ángel también.

Me preparo también para volver al blog. Lo echaba de menos.

Venezuela (y III)

Además de lo que ya os conté acerca de mi viaje a Güiria (Sucre, Venezuela) y la Revolución Bolivariana, os diré que personalmente esta jira ha sido para mí una experiencia intensa, a ratos dificililla, pero en general inmensamente satisfactoria.

Ello se ha debido a la buena compañía que he tenido, tanto por parte venezolana como por parte española. De los venezolanos ya hablé el otro día, de los españoles prácticamente no, y merece la pena que lo haga.

El grupo español (”complutense”, podríamos decir) estaba formado por varios doctores y profesores universitarios (Jorge, Juan Carlos y Rafael), la brillante Sandra, jefa de TQM, la empresa de formación que me contrató, y la estupenda María Jesús, trabajadora de TQM que coordinó con excelencia el curso y me ayudó en todo momento, y con la que compartí habitación en el hotel “Chuchú”, en el que ambas nos alojábamos. Decidimos compartir habitación porque nos pareció la mejor solución para pasar los días que nos tocaba en Güiria. Fue una idea muy buena, porque María Jesús es una chica de muy buen convivir.

A Rafael y a Sandra ya los conocía, porque él es el tío de Ángel, mi marido, y Sandra es su mujer. Hemos tenido una larga relación a través de los años, pero ésta era la primera vez que nuestra relación se hacía profesional… Y no tengo ninguna queja de cómo ha ido el experimento. Espero que ellos tampoco.

A Juan Carlos (Monedero) lo conocía de vista, solamente. Es un hombre curioso. Parece mucho más joven de lo que es (tiene cuarenta y tantos años y aparenta treinta y pocos), no tiene pelos en la lengua, y aunque resulta bastante impertinente de vez en cuando, reconozco que tiene gracia, y seguro que también su atractivo para las chicas, a las que no dejaba de tirar flores (es un don Juan).

A Jorge Verstrynge (Vestringe) también lo conocía de vista, pero mucho más que a Monedero: durante años, mientras yo vivía en casa de mis padres, éramos vecinos. Conocí a sus hijos pequeños desde que eran bebés, y a él lo tenía muy visto. Es un tipo curioso. Muy curioso, de hecho. Me cayó bien, a pesar de lo complejo que resulta su pensamiento político, y me pareció un excelente conversador. Tuvimos una simpática cena con Jacques Brel como Leiv Motiv, que me dejó muy reconfortada.

Las dos charlas que dio Vestringe fueron estupendas, sobre todo la primera de ellas. Justo antes de que le tocara su turno docente, se fue la luz en todo el recinto en el que trabajábamos. La electricidad no volvió hasta que terminó su charla (yo hacía bromas con esto: esa misma noche, de madrugada, también nos quedamos a oscuras mientras tomábamos unos rones… yo pensé que Jorge se habría levantado a hacer pipí). Se tuvo que apañar con trasladar a todo el mundo a un aula pequeña en la que al menos entraba la luz del sol -abrasador- por los ventanales. La falta de aire acondicionado supuso un serio problema para todos, seguro que sobre todo para el ponente. Pero eso dio a la conferencia un toque caribeño, precario y un poco al estilo Carpentier.

No creo que olvide este viaje nunca. Por lo que ha tenido de distinto, hasta de extravagante.

“Welcome to Delta Caribe, have a nice day!”, decíamos en broma ante cualquier incidencia “tropical” que nos ocurría. Y con eso creo que hago justicia y resumen de esta hermosa y renovadora experiencia, que la verdad es que me gustaría repetir. Pero no se lo digáis a nadie.

Venezuela (II)

Os dejé ayer con el anuncio de que hoy os hablaría de otras cosas relacionadas con mi reciente viaje a Güiria. Voy, pues, a cumplir con lo anunciado.

No esperéis que haga una valoración de la Revolución Bolivariana ni del futuro que le espera, porque eso no sería serio por mi parte. Oí muchas cosas y asistí a muchas conversaciones y a muchas valoraciones de Chávez y de la Revolución, hechas por personas que sí conocen bien la realidad venezolana, pero eso es todo: yo sólo estuve allí unos días. Los suficientes para darme cuenta de que la coyuntura económico-político-social de Venezuela es ciertamente compleja, pero para poco más.

Sigo siendo partidaria de Hugo Chávez, como lo era antes de llegar. Al menos, tengo claras mis preferencias. La oligarquía venezolana es una de las peores del mundo: la basura que emiten día y noche las emisoras de televisión y los periódicos que controlan los económicamente más poderosos, es verdaderamente nauseabunda. Ríete tú de Federico Jiménez Losantos. Al menos, él sólo es uno. En Venezuela, los tipos como él son legión, ¡y salen por la tele a cualquier hora del día! Difaman, asustan, molestan, disparatan, tergiversan y manipulan, sin pausa ni descanso. Comprenderéis que contemplando ese panorama, a una le den ganas de colocarse del lado de los enemigos de esos chacales, de inmediato.

Dejando claro que soy partidaria del Socialismo del Siglo XXI y de la llamada Revolución Bolivariana, es obvio -el propio Gobierno venezolano lo admite- que hay demasiada pobreza en el país (los “ranchitos” o infraviviendas afloran aún y por doquier), aún hay demasiada violencia callejera (sobre todo en Caracas y Maracaibo), queda mucho trabajo por hacer en infinidad de áreas, y la extrema desigualdad entre clases sociales sigue siendo apabullante.

Además, a mí me dio la sensación de que Chávez y su gente aún andan buscando el camino a seguir. Parece que los objetivos a alcanzar sí están claros (así quedó reflejado hace pocos años en documentos oficiales como el de las “Metas del milenio“), pero no los medios por los cuales conseguirlos.

Y eso supone, sin duda, un problema. Un problema que, imagino, el Gobierno bolivariano está intentando resolver. No es descartable que en ese proceso se cometan, y se deben haber cometido ya, muchos errores. Lo fundamental es no salirse del camino para meterse en la charca, como decía Lenin en el “¿Qué hacer?”. Esperemos que así sea: Venezuela tiene muchos frentes abiertos, pero los tiempos que nos esperan pueden suponer una oportunidad para los más desfavorecidos, no sólo en América Latina, sino en todo el mundo. Hay que estar preparados para lo que acontezca.

Dicho esto, mi experiencia personal y concreta con los venezolanos que he conocido ha sido en general muy satisfactoria. Vi ánimo por trabajar por el socialismo en el país (también vi desánimo, pero en menor medida), sentimiento de estar haciendo historia, gran orgullo patrio y tremendo cariño por Hugo Chávez. En pocas palabras, me encontré con un genuino entusiasmo por el cambio, que como no acostumbro a dar con él, me satisfizo verdaderamente. Y ojo que, aunque de todo hay, os aseguro que entre la mayoría de la gente que componía nuestra audiencia, había que buscar mucho para encontrar actitudes espurias. Era mucho más fácil toparse con el empeño auténtico por cambiar Venezuela, el continente americano, e incluso (¿y por qué no?) el mundo entero.

Ahora bien: hace mucha, pero mucha, falta educar a los venezolanos. Y no sólo educarlos políticamente, sino en todos los sentidos. Ya sabéis que la ignorancia de las clases desfavorecidas es la puerta por la que penetra la injusticia. Y hay ignorancias supinas, creedme. Me refiero a precariedad seria de conocimientos.

El Gobierno ha hecho un esfuerzo educador con las Misiones Robinsonianas, pero me temo que no es suficiente. Hay que dar un paso más allá, cuanto antes y con todos los medios al alcance.

Vaya, veo que aún me queda material para otro post. Seguiremos informando.

Venezuela (I): Güiria y sus gentes

Ya estoy aquí. Aterricé el miércoles por la noche en Barajas, pero lo cierto es que hasta hoy por la mañana no me he recuperado del todo del tremendo palizón que mis ya casi vetustas espaldas han soportado sobre sí desde finales de octubre. Mi último destino ha sido Japón, Tokio concretamente, pero hoy voy a contaros algunas cosas que hice y que vi en el viaje inmediatamente anterior a aquél, el que me llevó a Venezuela durante una semana, y que ya os anuncié.

Mi compañera y ya amiga María Jesús y yo llegamos a Caracas el día 25 de octubre, con tiempo apenas para nada más que refrescarnos un poco y acudir al cumpleaños de un conocido de las personas con las que trabajé en Venezuela -y que fueron las que me llevaron allá-, Sandra y Rafael. El festejo se celebraba en una bonita casa local, con toda variedad de bebidas (particularmente de la bebida preferida por los locales, el whisky) y de comidas. Se nos trató con suma amabilidad, con la cordialidad habitual en las gentes caribeñas. Al día siguiente agarramos un pequeño avión a hélice que en algo más de una hora nos llevó -junto a nuestro voluminoso equipaje- a la ciudad de Carúpano, en el estado de Sucre. Tras un largo trayecto en carro a través de los feraces paisajes de la zona, tan similares a algunos del centro y el norte de República Dominicana, llegamos por fin a nuestro lugar de destino: la pequeña ciudad de Güiria, situada frente al océano Atlántico (es el único puerto no caribeño de Venezuela), en el que en los últimos tiempos se ha instalado una amplísima delegación de la compañía estatal PDVSA-Gas, parte de cuyos trabajadores fueron precisamente nuestros anfitriones.

Nuestra misión en Güiria consistió en preparar e impartir un curso destinado al fortalecimiento ideológico de algunos cuadros intermedios de la compañía energética estatal, que duró cinco días. Un reto apasionante, del que creo que puedo decir que salimos airosos y satisfechos.

Como experiencia laboral personal, ha sido la mejor de todas las que he tenido. Mi audiencia se componía en su mayoría de personas jóvenes, algunas procedentes de Güiria o de otras localidades del Estado de Sucre, y otras de otros lugares de Venezuela. También conocí a “viejos” militantes de izquierda, como el camarógrafo R. R. y el arquitecto Iván, que asistían con placer y alegría al curso, el primero como grabador de los actos y el segundo como participante, y con quienes mantuve frecuentemente instructivas y amenas charlas.

También charlé con jóvenes militares locales, la mar de afables (particularmente recuerdo a un sargento de infantería de marina de lo más gracioso); me reí con las cosas que decían unas adolescentes uniformadas que asistían a clase en la Misión en la que se desarrolló nuestro curso, y que creían que yo era cubana; comenté la actualidad venezolana con un montón de personas que pasaban por la puerta de nuestra sala; y trabé algo parecido a una amistad con los camareros que nos atendieron durante los cinco días, y que nos surtían eficazmente de café, agua, refrescos y algunas cosas para comer. A uno de ellos, llamado Figuera, tengo la satisfacción de haberlo convencido de que hablara cuando quisiera, y con orgullo, en “patois”, la lengua en la que se entendía todo el mundo por Güiria hasta que llegó un Gobernador español que prohibió que se utilizara (no la entendía y se mosqueó… ¿Os suena?). Este “patois” es similar al idioma que se habla en Haití, el “créole“, una lengua de base latina -francesa-, con fuertes influencias de algunas lenguas africanas y algo de inglés.

En Güiria aún le da vergüenza a la gente hablar en patois… Porque aún los hay que creen que como es una lengua “de negros” (sic!) no es elegante utilizarla. Mi amigo Figuera se liberó de su terror a que los blanquitos procedentes de Trujillo o de Caracas se dieran cuenta de que era negro, y negra y güireña era también su familia, y se soltó a hablarme en su patois. Yo le contestaba en francés, y tan ricamente.

Güiria es una ciudad pequeña y pobre. Sus habitantes han recibido con hostilidad la presencia de los trabajadores de PDVSA, y no es cosa como para reprocharles, porque la nueva situación ha hecho que suban los precios de los alimentos y demás mercancías de primera necesidad, también las casas, en muy poco tiempo y muy desproporcionadamente. No se puede, o no se debe, caminar por las calles si no se es natural del lugar. Parece que es peligroso.

En Güiria sólo hay dos hotelitos, muy modestos los dos: lo demás son posadas, alojamientos muy poco confortables en medio del campo. En cuanto a restaurantes y bares, conocí sólo dos, y uno de ellos exclusivamente abrió un día para agasajarnos a los españoles y a los miembros de Recursos Humanos de PDVSA (que tan bien nos trataron, particularmente el inefable y dedicado Richard, y su amable esposa, a quienes espero devolver el favor aquí en Madrid). El otro sólo abría hasta las 8 y media, momento en el que ya había que haber comido y bebido todo lo posible.

También visitamos una arepería (bar especializado en arepas), a donde nos llevaron el primer día a desayunar. Yo desistí de volver: mis tripas no son capaces de digerir tortas de maíz con relleno nada más comenzar el día, y confieso que me dio terror el jugo de naranja repleto de hielos que me sirvieron. No quiero agarrar nada irreparable en el trópico. Aunque algo agarré, pero no fue más que una diarrea pasajera que terminó radicalmente al tomarme una pildorita que me vendieron en una de las farmacias güireñas.

Los güireños que conocí son, sin excepción, gentes magníficas, amables y delicadas, agradables y buenos conversadores. Tienen también su vertiente algo impertinente -derivada de su naïveté, sin duda-, pero ni siquiera se acerca a la gravedad de la impertinencia de la gente de mi ciudad, Madrid. Así que lo dejaré correr.

Aún me queda hablar de las conclusiones que extraje acerca de las posturas y las actitudes políticas de los asistentes al curso, pero mejor lo dejo para mañana, cuando os hablaré también de mis compañeros docentes, con quienes tuve el privilegio de compartir “cartel”, como los toreros: Jorge Vestringe y Juan Carlos Monedero, ambos profesores en la Universidad Complutense. Lo mío fue menos elevado que lo suyo, seguramente, pero también más intenso. Os hablaré también de los jefes de nuestro cotarro “complutense”, Rafael Bañón y Sandra Martín, y de mi compañera María Jesús, que me sirvió de gran ayuda.