Venezuela (I): Güiria y sus gentes

Ya estoy aquí. Aterricé el miércoles por la noche en Barajas, pero lo cierto es que hasta hoy por la mañana no me he recuperado del todo del tremendo palizón que mis ya casi vetustas espaldas han soportado sobre sí desde finales de octubre. Mi último destino ha sido Japón, Tokio concretamente, pero hoy voy a contaros algunas cosas que hice y que vi en el viaje inmediatamente anterior a aquél, el que me llevó a Venezuela durante una semana, y que ya os anuncié.

Mi compañera y ya amiga María Jesús y yo llegamos a Caracas el día 25 de octubre, con tiempo apenas para nada más que refrescarnos un poco y acudir al cumpleaños de un conocido de las personas con las que trabajé en Venezuela -y que fueron las que me llevaron allá-, Sandra y Rafael. El festejo se celebraba en una bonita casa local, con toda variedad de bebidas (particularmente de la bebida preferida por los locales, el whisky) y de comidas. Se nos trató con suma amabilidad, con la cordialidad habitual en las gentes caribeñas. Al día siguiente agarramos un pequeño avión a hélice que en algo más de una hora nos llevó -junto a nuestro voluminoso equipaje- a la ciudad de Carúpano, en el estado de Sucre. Tras un largo trayecto en carro a través de los feraces paisajes de la zona, tan similares a algunos del centro y el norte de República Dominicana, llegamos por fin a nuestro lugar de destino: la pequeña ciudad de Güiria, situada frente al océano Atlántico (es el único puerto no caribeño de Venezuela), en el que en los últimos tiempos se ha instalado una amplísima delegación de la compañía estatal PDVSA-Gas, parte de cuyos trabajadores fueron precisamente nuestros anfitriones.

Nuestra misión en Güiria consistió en preparar e impartir un curso destinado al fortalecimiento ideológico de algunos cuadros intermedios de la compañía energética estatal, que duró cinco días. Un reto apasionante, del que creo que puedo decir que salimos airosos y satisfechos.

Como experiencia laboral personal, ha sido la mejor de todas las que he tenido. Mi audiencia se componía en su mayoría de personas jóvenes, algunas procedentes de Güiria o de otras localidades del Estado de Sucre, y otras de otros lugares de Venezuela. También conocí a “viejos” militantes de izquierda, como el camarógrafo R. R. y el arquitecto Iván, que asistían con placer y alegría al curso, el primero como grabador de los actos y el segundo como participante, y con quienes mantuve frecuentemente instructivas y amenas charlas.

También charlé con jóvenes militares locales, la mar de afables (particularmente recuerdo a un sargento de infantería de marina de lo más gracioso); me reí con las cosas que decían unas adolescentes uniformadas que asistían a clase en la Misión en la que se desarrolló nuestro curso, y que creían que yo era cubana; comenté la actualidad venezolana con un montón de personas que pasaban por la puerta de nuestra sala; y trabé algo parecido a una amistad con los camareros que nos atendieron durante los cinco días, y que nos surtían eficazmente de café, agua, refrescos y algunas cosas para comer. A uno de ellos, llamado Figuera, tengo la satisfacción de haberlo convencido de que hablara cuando quisiera, y con orgullo, en “patois”, la lengua en la que se entendía todo el mundo por Güiria hasta que llegó un Gobernador español que prohibió que se utilizara (no la entendía y se mosqueó… ¿Os suena?). Este “patois” es similar al idioma que se habla en Haití, el “créole“, una lengua de base latina -francesa-, con fuertes influencias de algunas lenguas africanas y algo de inglés.

En Güiria aún le da vergüenza a la gente hablar en patois… Porque aún los hay que creen que como es una lengua “de negros” (sic!) no es elegante utilizarla. Mi amigo Figuera se liberó de su terror a que los blanquitos procedentes de Trujillo o de Caracas se dieran cuenta de que era negro, y negra y güireña era también su familia, y se soltó a hablarme en su patois. Yo le contestaba en francés, y tan ricamente.

Güiria es una ciudad pequeña y pobre. Sus habitantes han recibido con hostilidad la presencia de los trabajadores de PDVSA, y no es cosa como para reprocharles, porque la nueva situación ha hecho que suban los precios de los alimentos y demás mercancías de primera necesidad, también las casas, en muy poco tiempo y muy desproporcionadamente. No se puede, o no se debe, caminar por las calles si no se es natural del lugar. Parece que es peligroso.

En Güiria sólo hay dos hotelitos, muy modestos los dos: lo demás son posadas, alojamientos muy poco confortables en medio del campo. En cuanto a restaurantes y bares, conocí sólo dos, y uno de ellos exclusivamente abrió un día para agasajarnos a los españoles y a los miembros de Recursos Humanos de PDVSA (que tan bien nos trataron, particularmente el inefable y dedicado Richard, y su amable esposa, a quienes espero devolver el favor aquí en Madrid). El otro sólo abría hasta las 8 y media, momento en el que ya había que haber comido y bebido todo lo posible.

También visitamos una arepería (bar especializado en arepas), a donde nos llevaron el primer día a desayunar. Yo desistí de volver: mis tripas no son capaces de digerir tortas de maíz con relleno nada más comenzar el día, y confieso que me dio terror el jugo de naranja repleto de hielos que me sirvieron. No quiero agarrar nada irreparable en el trópico. Aunque algo agarré, pero no fue más que una diarrea pasajera que terminó radicalmente al tomarme una pildorita que me vendieron en una de las farmacias güireñas.

Los güireños que conocí son, sin excepción, gentes magníficas, amables y delicadas, agradables y buenos conversadores. Tienen también su vertiente algo impertinente -derivada de su naïveté, sin duda-, pero ni siquiera se acerca a la gravedad de la impertinencia de la gente de mi ciudad, Madrid. Así que lo dejaré correr.

Aún me queda hablar de las conclusiones que extraje acerca de las posturas y las actitudes políticas de los asistentes al curso, pero mejor lo dejo para mañana, cuando os hablaré también de mis compañeros docentes, con quienes tuve el privilegio de compartir “cartel”, como los toreros: Jorge Vestringe y Juan Carlos Monedero, ambos profesores en la Universidad Complutense. Lo mío fue menos elevado que lo suyo, seguramente, pero también más intenso. Os hablaré también de los jefes de nuestro cotarro “complutense”, Rafael Bañón y Sandra Martín, y de mi compañera María Jesús, que me sirvió de gran ayuda.

5 comentarios ↓

#1 Iñaki on 11.17.08 at 4:32 pm

Hola Belén, me alegro por tu viaje y que te haya ido bien, está bien eso de visitar ciudades humildes para que sepan las bondades del socialismo, espero que les hayas contado tus otros viajes y estancias en hoteles, que siempre motiva a la gente humilde a seguir creyendo en el socialismo. Saludos y bienvenida Belén.

#2 Izaam on 11.17.08 at 10:51 pm

El Verstrynge es todo un ‘fichaje’: Le tuvo un amigo mío en la carrera de Ciencias Políticas; pasó de diputado de AP a asesor de Paco Frutos. Su propuesta de crear en España una suerte de ‘observatorio’ para la democracia española podría ser bastante itneresante…

#3 Fétido on 11.18.08 at 12:07 am

Aguardamos las siguientes entregas de la crónica, pues.

#4 RIODERRADEIRO on 11.18.08 at 2:12 pm

Diríase que por esta vez nos hemos quedado sin saber su real opinión sobre el presente y el im/probable futuro del chavismo gobernante en Venezuela.

Por la cuenta (familiar) que me tiene, yo dejo caer por aquí la pregunta. A ver si se aviene a acallar o a multiplicar mis temores. Se lo agradecería.

#5 alvaro on 08.21.09 at 12:21 pm

soy venezolano y me averguenza como se manipula a la gente humilde de mi pais con el cuento trasnochado del socialismo, señora, lo que le falto relatar en su cronica es el nauseabundo estilo de chavez para gobernar,y permitir la corrupcion mas impresionante que se ha vivido en este paIS en nombre de un estupido socialismo del siglo 21, vaya mamarrachada.

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