En julio del año pasado visité por primera vez Méjico D.F. Guardo un gran recuerdo de aquel viaje, Méjico es impactante por muchas razones. Te aturulla su enorme legado cultural, presente en cualquier esquina de la ciudad, y en cualquier cosa que hagas por allà (por allá).
Esperando a que llegara el presidente Zapatero (lo vi prácticamente como en la tele), tuve la oportunidad de charlar con las chicas de la Oficina Económica y Comercial de la Embajada de España en Méjico. Unas chicas estupendas, desde luego. Asomada a la terraza del hotel, viendo el castillo de Chapultepec, me acordé de la matanza de 1968 en la plaza de las Tres Culturas -o plaza de Tlatelolco-. Les transmità a las chicas mi horror por aquello: “Qué espanto. Es uno de los crÃmenes de Estado más horribles que recuerdo. ¿Qué ha pasado con los culpables?” “Nada,” me dijeron, “absolutamente nada. El único culpable de aquello que sigue vivo, Luis EcheverrÃa, ha sido exculpado de toda implicación hace poco.”
Fue horrible, me dijeron. Se metÃan en los apartamentos y sacaban a rastras a los estudiantes, algunos de sólo 17 años. Los desnudaron, los torturaron y a muchos los asesinaron in situ. Antes habÃan disparado sobre el grupo de manifestantes. Aún no se sabe a ciencia cierta cuántos murieron en la plaza bajo los disparos de los soldados, pero la CIA anunció a su Gobierno de entonces que al menos habÃan caÃdo 200 personas. Probablemente murieron más de 400.
¿Qué pedÃan los manifestantes? Libertad, democracia y justicia. No habÃan hecho nunca daño a nadie.
La historia de siempre. Recordemos a estos muchachos y estas muchachas asesinados, impunemente hasta la fecha, por el Estado mejicano.
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Constante deja vu.
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