Déjame callarme

Margarita, la madre de Ángel (mi chico), tiene un montón de expresiones divertidas, que nosotros no sabemos de dónde ha sacado, y que acompañan muy bien a su suave acento dominicano. Con un chorro de voz que hace juego con su carácter dice, por ejemplo, que “nos hemos dado la perdida del hijo de Lindbergh“, que ha dedicado “muchísimas horas-nalga a tal trabajo” (esta unidad de medida admite variantes, como las “horas-parque” para criar niños), que tal persona “dice muchísimos disparates” (ésta le encanta repetirla a Ángel), o que sus hijos mayores se van a “quedar jamones” (sin novia). La mejor, de todas maneras, considero que es una expresión que a ella no debe parecerle siquiera ingeniosa: “déjame callarme”. Es la manera dominicana de decir “voy a callarme”, pero a mí me resulta mucho más gracioso decirlo así.

Margarita dice “déjame callarme” cuando se da cuenta de que su opinión acerca de lo que se está hablando conviene guardarla para mejor ocasión, porque -por lo que sea- decir lo que está pensando podría resultar conflictivo.

Yo uso mucho esta expresión -y la popularizo además por aquí-, sobre todo cuando se me insta a hablar mal, muy mal o pésimamente, de alguna persona con particular mala leche y posibilidades de hacerme daño serio en cosas importantes (el curro, básicamente), si se enterase de que ando por ahí “opinándome encima”, como dice Riki López.

“Déjame callarme”, digo cuando alguien quiere que me busque la perdición agrediendo verbalmente a un embajador, un consejero comercial, o un asesor de ministro o similar. “Déjame callarme”, digo también cuando no sirve de nada seguir quejándose. “Déjame callarme”, contesto cuando se me preguntan cosas comprometidas o sobre las que me dé vergüenza hablar. Y digo también “déjame callarme” cuando alguien detestable está pidiendo a gritos que le diga, a la cara, lo que pienso de su comportamiento, pero consigo controlarme y no hacerlo.

Sin embargo, me parece que últimamente estoy abusando del prudente y cobarde silencio selectivo. Por culpa de aquello que me pasó he desarrollado una semi-fobia a criticar a determinadas personas (ya sabéis que hay experiencias tan desagradables que con un solo ensayo ya producen en el sujeto una respuesta aversiva), tengo miedo a que me caigan más palos o a alguien le dé por hacerme la vida imposible. Pues eso, que tengo miedo. Y me da una rabia que no veas, y además me pregunto si esto será así para siempre o para mucho tiempo, y le doy vueltas y más vueltas, y pienso en que esto no puede ser. Por otro lado, recuerdo lo que me costó dar mi sincera opinión acerca de algo que yo creía que no hacía mal a ninguna persona que yo quisiera, y me estremezco. Literalmente.

¿Superaré el miedecito, no lo superaré? Seguiremos informando.

De momento, déjame callarme.

3 comentarios ↓

#1 Fétido on 02.22.08 at 3:29 pm

Una versión amable del “si lo que vas a decir no es mejor que el silencio…”
De todas formas opinarse encima es a veces mucho mejor que el silencio. Sobre todo cuando el opinado está delante.

Jodó, ya parezco el profesor Bombillas… serán las canas.

#2 Belen on 02.22.08 at 5:49 pm

Tienes razón, claro. El problema es que yo no soy como tú, que me das mucha envidia.

#3 claudia on 02.23.08 at 9:59 am

¡Que alegria saber de ti de nuevo!

Por supuesto no te calles… ademas no creo que una mujer como tu, le tenga miedo a decir lo que piensa…

Si todos pensaramos lo mismo y dijeramos lo mismo, nos ahorrariamos muchos disgutos, pero ¿que seria de la vida sin disgustos?

De nuevo manifestar mi alegria, y saludarte.

Animo a por ellos…

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