¡Ah, Roma!

Muchos sabéis cuánto me gusta viajar y cómo disfruto haciéndolo, incluso cuando hago un viaje por motivos laborales. Pues bien: hay algo que me llena de satisfacción tanto como viajar, y es compartir con los demás esa afición, contagiar a otras personas mi entusiasmo por conocer lugares. A lo anterior se ha unido estos días mi empeño por animar a mi madre, que desde que murió mi padre se ha ido convenciendo de que es una minusválida (a lo cual no ha colaborado en absoluto el hecho de que hace unos meses sufrió un desprendimiento de retina que ha disminuido seriamente su capacidad visual). No hay nada que justifique esa creencia suya de que vale menos que otras personas (y eso vale para todo el mundo, salvo para algunos dirigentes del Partido Popular y ciertos empresarios), y como yo lo sé y creo que merece tener ilusiones, aprender cosas y hacer turismo, ahora que tiene todo el tiempo del mundo la he llevado a conocer Roma.

¡Ah, Roma! La ciudad eterna, la ciudad primera, donde las calles parecen museos y los museos parecen de mentira, tantas son las maravillas que contienen. La primera vez que se visita hay un sentimiento de incredulidad (yo lo recuerdo bien), más aún si el viajero es aficionado a las bellas artes. También al cine, cómo no, ¡cuántas películas míticas se recuerdan al ver la escalinata de la plaza de España, al pasear por la Piazza Navona o la via Veneto, al encontrarse la Fontana di Trevi, al visitar el Vaticano! Y Miguel Ángel y Rafael, con sus grandiosas obras rejuvenecidas en los Museos Vaticanos.

Os dejo algunas estampas romanas, con la esperanza de pisar otra vez dentro de no mucho, lo que queda en las siete colinas desde aquella ab Urbe Condita… Que unido a todo lo que vino después regala tantas alegrías al que lo ve. Ah, Roma.

     

     

     

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