Todo lo que se puede escribir sobre ParÃs está escrito ya, pero no en este humilde rincón del ciberespacio, asà que no creo que cometa imprudencia alguna si dejo escritos algunos comentarios de mi cosecha sobre nuestros apasionantes y apasionados dÃas parisinos, recientÃsimamente terminados (por desgracia).
La otra vez que visité la ciudad, durante la ola de calor que asoló Francia y el resto de Europa hace cinco años, apenas tuve tiempo de darme cuenta de cuánta es la importancia de esta magnÃfica urbe, de cómo la caracterizan su delicada elegancia y su apabullante monumentalidad. En este viaje he podido acercarme más a ParÃs, me he podido meter más en sus rincones, y aunque no hemos abandonado los grandes bulevares ni los amplios jardines, también hemos conocido otros mil parises, en Montmartre, la Isla de San Luis, Les Halles, el Marais, el Barrio Latino, Saint-Germain-des-Prés y Montparnasse. Y todos ellos son interesantes, agradables, entretenidos, admirables, cada uno a su modo y con sus caracterÃsticas propias. En efecto, ParÃs no es un solo ParÃs, sino mil ciudades dentro de ParÃs. Ciudad deliciosa, indiscutiblemente atractiva, uno de los ejes sobre los que gira el mundo, cuando tiene un buen dÃa.
No es posible siquiera explicaros todo lo que me ha conmovido, divertido, enseñado y entretenido en este viaje, asà que me conformaré con ilustraros mediante fotografÃas caseras algunos comentarios que me parecen oportunos.
Comenzaré por estas dos panorámicas de ParÃs: la primera está tomada desde Montmartre, a los pies de la iglesia del Sagrado Corazón (el Sacré Coeur). La segunda la tomé desde el piso 56 de la Tour Montparnasse. En ambas se puede apreciar fácilmente el respetable tamaño de la ciudad (sin contar banlieues, barriadas de extrarradio).
A pesar de que son dos fotografÃas y dos vistas bien distintas, tanto por la perspectiva como por el clima que hacÃa cuando fueron tomadas, hay algo que tienen en común: el hecho mismo de hacer estas fotos evita que el espectador tenga que ver dos de los atentados urbanÃsticos más desagradables y desastrosos que ha sufrido ParÃs a lo largo de su historia. Me refiero en primer lugar a la horrible iglesia del Sacré Coeur (descrita por Zola como “une masse crayeuse, écrasante, dominant le Paris d’où est partie la Révolution“, “una masa calcárea, aplastante, que domina el ParÃs del que partió la Revolución”), edificada por la jerarquÃa católica para vengarse de la afrenta que supuso para la Iglesia la Comuna de ParÃs, que en efecto nació en el barrio de Montmartre. La otra porquerÃa es la propia Torre Montparnasse, un verdadero atentado contra el buen gusto, una inexplicable desmesura urbanÃstica.
Vuelvo brevemente a Montmartre para aconsejaros encendidamente la visita a este antiguo pueblo de las afueras de ParÃs, en el que si os alejáis debidamente de Pigalle y de la place du Tertre encontraréis algunas preciosas villas que parecen sacadas de cualquier pueblo francés, e incluso los restos de lo que fue uno de los mejores viñedos de la provincia:
En Montparnasse podéis daros una vuelta por su cementerio, un mar de tranquilidad en medio de la ciudad en el que están enterrados algunos hombres y mujeres notables, como Samuel Beckett, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Charles Baudelaire. En la tumba de este poeta vivimos una anécdota genuinamente parisina: como podéis apreciar en esta foto que hice de su última morada, el escritor comparte tumba con algunos familiares, concretamente con su madre Caroline y el segundo esposo de ésta, M. Jacques Aupick.
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El tal Aupick fue eso que se llama un señor importante: general de división, senador, antiguo embajador en Constantinopla y Madrid, miembro del Consejo General de Defensa del Norte, Gran Oficial de la Orden Imperial de la Legión y portador de diversas distinciones y medallas. Seguro que supuso todo un partido para la buena de Caroline, pero ¿no estará el general revolviéndose en su tumba al tener que compartir el sueño eterno con un poeta, un melenudo que para más inri no es hijo suyo? Ãngel y yo, muy divertidos al darnos cuenta de la desgracia del militar, recordamos aquella canción de Brassens, “Philistins”, en la que el de Sète se rÃe de esos hombres de bien, gentes serias y de orden, que engendran “enfants non voulus qui deviennent chevelus poètes…”, hijos no deseados que se convierten en melenudos poetas. El general y el melenudo, unidos para siempre… Ah, la Parca, qué peculiar sentido del humor tiene.
Precisamente, la Muerte se ha dado sus buenos paseos por ParÃs en el siglo XX. Los años nazis acabaron con la vida de muchos resistentes y de muchos judÃos, niños, jóvenes y viejos. En el antiguo barrio judÃo (hoy de nuevo ocupado como antaño por la comunidad hebrea inmigrante) una gran colección de tétricas placas nos hace entender cuánto fue el terror que allà se vivió durante los años de persecuciones fascistas. A la memoria de los desaparecidos, Rosette, Hersz, Esther, Henri, Paulette, Rywka, Yvette, Louis…
Cerca de estas placas se encuentra la que probablemente sea la mejor plaza de ParÃs: se trata de la Plaza de los Vosgos (llamada asà en honor a la primera provincia que pagó sus impuestos tras la Gran Revolución), que fue creada durante el reinado de Luis XIII, y que supone un bellÃsimo ejemplo de arquitectura perfectamente proporcionada y delicadamente equilibrada. Ésta es una de sus dos entradas:
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Por supuesto que en el Barrio Latino (el famoso “Quartier Latin”, llamado asà por la abundancia de latinistas que lo habitaban en otros tiempos) encontraréis algún sitio para tomar una copa, pero no creáis que es tan fácil. Hoy en dÃa casi todos los locales son restaurantes de comida rápida y más o menos económica. Si lo encontráis, os recomiendo la visita al bar de copas “La Guillotine”, dentro del cual tendréis la oportunidad de tomar una cerveza a los pies de una guillotina auténtica:
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Para tomar copas, nos pareció indiscutiblemente mejor el barrio de Saint-Germain-des-Prés, elegante y divertido. Ãngel me invitó a un exquisito restaurante, con la elegancia justa (sin finuras innecesarias), que él habÃa conocido años atrás, en uno de sus habituales viajes de trabajo a la capital francesa. Se trata de “Le Petit Zinc“, que os recomiendo encendidamente si estáis en ParÃs y tenéis algo que celebrar. Pedid su sopa de pescado: es una delicia. También hicimos una cena a bordo de un barco que navegaba por el Sena mientras tanto: éste se llamaba el “Capitain Fracasse”, pero hay muchos otros barcos que se dedican a organizar este tipo de cenas. Es una divertida turistada.
En algún momento tengo que cerrar el grifo parisino, de modo que voy a cortar sin anestesia en este punto. Os regalo cuatro tomas del ParÃs monumental, para que no se diga: Aquà tenéis, por este orden, una perspectiva frontal del complejo de Les Invalides; otra del Dôme (la cúpula que alberga la tumba de Napoleón Bonaparte y de otros prohombres, como su hermano José I de España); una vista del Sena y la Tour Eiffel desde el Trocadero. Y no desesperéis. Ya sabéis que siempre nos quedará ParÃs.
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