Partidos y manías

En la mayor parte de las ocasiones, las cámaras legislativas que se eligen por sufragio universal presuntamente libre y secreto, tienden a reflejar las opciones que, representadas mediante al menos dos partidos políticos, tienen ideas determinadas respecto a qué hacer o qué no hacer con el país en cuestión. Frecuentemente dichas ideas son las más populares entre la población que se hace cargo de ellas y las toma como propias, o como muy parecidas a las propias. En este sentido, en la mayor parte del mundo los votantes votan a favor de algo: Básicamente, de que las cosas sigan como están o de que las cosas cambien en un sentido u otro.

En España, o en el Estado español, como prefiráis, las cosas no son así. Aquí se vota en contra: En contra del centralismo, en contra del Partido Popular, o en contra de los llamados “nacionalismos separatistas” (aunque de hecho aquí se incluyan a los nacionalismos no secesionistas, pero abiertamente en contra del españolismo). Por eso, en Madrid y en Valencia gana el Partido Popular: porque el personal vota en contra, no sólo de la presunta “amenaza” nacionalista, sino también en contra de los presuntos “aliados” de la amenaza, en este caso el PSOE. (Sí, ¡así es!)

Se vota en contra, y no a favor, porque las opciones políticas que al votante se le ofrecen no son constructivas, sino defensivas o incluso abiertamente destructivas. No se vota a un partido, sino que se vota en contra de una opción a la que se le tiene, como mínimo, manía.

Las Cortes no representan a los partidos que prefieren los votantes, sino a las manías que los votantes tienen a otros que frecuentemente ni siquiera están representados en las cámaras legislativas.

Vistas así las cosas, se entiende algo mejor la deriva del voto. O al menos, eso me parece a mí.

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