Auruns

Sigo hoy hablando de cine en el blog, y de paso de ocupar el ocio estival con asuntos interesantes, enriquecedores, entretenidos e incluso agradables, tal vez en espera de que lleguen las vacaciones de verano y con ellas la posibilidad de hacer algún viaje de placer. En mi caso, se trata de evocar figuras que me hagan pensar en asuntos diversos a los cotidianos, en culturas diferentes a la propia, y en lugares y situaciones lejanas, de modo que la vida se me haga lo más interesante y lo menos homogénea posible.

Mi historia de hoy comienza hace unos meses, el día en que me apresuré a comprar una guía de Londres sin echarle demasiado el ojo antes de llevármela. Cuando tuve oportunidad de hojearla tranquilamente me di cuenta de que era muy colorista pero muy poco informativa, y nada práctica. Al final me compré otra guía, pero una colega me sugirió que podría cambiar la primera por algún libro interesante, en la misma tienda. Eso hice, y no sé por qué, escogí ”El octavo pilar“, una falsa autobiografía alternativa de T. E. Lawrence escrita por José Baena y publicada por Espasa.

Apenas me había interesado antes el personaje, no había leído sus famosas memorias noveladas (”Los siete pilares de la sabiduría“), y siempre me había dado pereza ver entera la película (”Lawrence de Arabia“) dirigida por David Lean en 1962. Supongo que el inminente viaje a Inglaterra que tenía planeado, mi gradual acercamiento a Oriente Medio y mi sincero interés por ambas regiones, influyeron en mi elección. El caso es que “El octavo pilar” me interesó sinceramente cuando comencé a leerlo, y logró que me empeñase en averiguar más cosas sobre Lawrence y su participación en la “revuelta árabe” que aconteció durante la primera guerra mundial.

Baena se empeña básicamente en demostrar dos cosas: que Lawrence sólo tuvo un gran amor en toda su vida (un chaval sirio del que estuvo perdidamente enamorado siempre, incluso después de la muerte del chico), y que el militar, científico y artista inglés fue un fabulador y un mentiroso tremendo. Para alguien que como yo, sabía tan poco sobre el personaje, ambos aspectos de su vida resultaban interesantes: el primero, porque me agrada la gente que tiene pasiones amorosas, más si son problemáticas, dolorosas, ilegales u ocultas; y la afición a la farsa de Lawrence me resultó conmovedora de puro falible que lo hace parecer. El gran Lawrence de Arabia era un aficionado a la guerra tímido e inseguro, sumergido en una tragedia colonial por culpa de sus conocimientos sobre el mundo árabe, y de la que ya no tuvo la posibilidad de salir del todo, salvo tal vez unos meses antes de su muerte en un accidente de motocicleta. En resumidas cuentas, T. E. Lawrence se convirtió por accidente en “Auruns”, el sobrenombre con el que lo conocían los árabes. Y él mismo acabó creyéndose que era en efecto el personaje que había inventado.

Con la mente sumergida en las dunas de los desiertos árabes, la costa de Áqaba, la mezquita Omeya de Damasco y el ajetreo de El Cairo, no tuve más remedio que acudir una vez más a la tecnología, y me hice con una copia gratuita (y por tanto, ilegal*) de la mentada ”Lawrence de Arabia”.

Me alegro de haberla visto, porque es una película grandiosa. Genial, profunda, apasionante, magnífica. Incluso para los espectadores a los que no les importe la “cuestión árabe”, ni la Historia, ni el personaje protagonista.

Como en mi caso se unen tantos intereses, incluida la cinefilia, entenderéis que haya pasado unos ratos estupendos (la he visto a trozos; es larguísima) en compañía del joven Peter O’Toole, genial en su recreación del Lawrence más místico, y de Anthony Quinn, Alec Guinness, Omar Sharif, Claude Rains y el resto del reparto de la película, en la que por cierto no aparece de cerca ni una sola mujer, niña o anciana. Los ámbitos de acción son todos masculinos.

Es curioso lo de Lawrence/Auruns: cuanto más lo conozco, más me interesa y más me inquieta. Más defectos le encuentro y también más virtudes. De poca gente he sabido que contuviera tanta complejidad como este T. E. Lawrence, el último gran espécimen del viejo régimen victoriano, y el primer ideólogo del neocolonialismo actual.

Naturalmente, lo próximo es leer su versión de los hechos, en los “Siete pilares de la sabiduría”. Os mantendré informados de mis impresiones tras la lectura, que tendrá que esperar a que termine al menos otros cuatro libros que aguardan paciente turno.

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