El Cairo y Guiza

Todo el mundo guarda desde la infancia la ilusión por visitar un país determinado, o por conocer una ciudad en particular. En mi caso, desde niña me deleitaba en la posibilidad de viajar a Egipto, concretamente a El Cairo, para ver el Nilo y las grandes pirámides de Guiza, y los tesoros del Museo Egipcio. Cuando menos me lo esperaba, he tenido la reciente oportunidad de pasar unos días en El Cairo, el último de los cuales pude dedicar por fortuna al turismo básico.

Cuando llegué al hotel pude contemplar esta magnífica vista del Nilo, el río más evocador de todos los existentes:

Casi sepultado por la densa bóveda de humo que cubre las ciudades hermanas de El Cairo y Guiza, el Nilo sin embargo continúa dando vida a los habitantes de la gran urbe, aún da frescor, peces y alegría a los que se acercan a él. Todo el mundo quiere pasar la tarde paseando por las riberas del “mar”, como llaman los cairotas al viejo río, espectador durante milenios de las más asombrosas construcciones y las más atrevidas hazañas bélicas, y también de la cotidianeidad de generaciones de campesinos y agricultores, que aún hoy dejan que sus vidas se adecuen a las crecidas anuales del Nilo.

En general, cada vez veo con más cariño a las ciudades árabes que voy conociendo, pero El Cairo es una de las que más me ha gustado, a pesar de la mala fama que tiene y de la cantidad de cosas malas que se dicen de la capital egipcia. No es bonita, ni limpia (al menos de día: de noche parece mucho mejor), pero para mí, nacida y criada en Madrid, donde sigo viviendo, resulta un mar de tranquilidad en comparación con mi ciudad. Aunque os resulte extraño, os aseguro que El Cairo es menos ruidoso y mucho menos estresante que Madrid, a pesar del tremendo calor del primero y de su densísimo tráfico de vehículos (mulas, caballos y burros incluidos).

Los cairotas son gentes naturales. Se comportan como si tuvieran un espíritu campesino dentro de sí, con lo bueno y lo malo que eso conlleva. La ciudad también tiene mucha más vida que las europeas: se puede ver volar a cuervos de tamaño respetable, o ver cómo duermen montones de ibis (unos pájaros locales parientes de las cigüeñas) en los árboles del zoo de Guiza. Me contaron que hay hurones por las calles, y que en casa se te puede colar tranquilamente un geco cualquier día. Además es fácil encontrarse con los consabidos gatos egipcios callejeros, e incluso si hay mala suerte con alguna rata.

Se come bien y casi de todo, menos los productos derivados del cerdo y alguna otra cosa. Es relativamente fácil encontrar bares y restaurantes en los que sirvan alcohol, excepto durante el mes de Ramadán (recordad que es un país en el que el 90 % de la población se declara musulmana). De todos modos, hay servicios de entrega de bebidas espiritosas a domicilio, que funcionan diligentemente casi siempre. Los hombres cairotas fuman sin parar (las mujeres fuman menos, al menos en público), y no hay apenas restricciones que impidan encender un cigarrillo casi en cualquier lado.

Por lo demás, en El Cairo hay montones de cosas que hacer. Naturalmente, una de las mejores es visitar el Museo Egipcio, en el que encontraréis una barbaridad de tesoros acumulados de una manera un tanto caótica, salvo en las salas dedicadas al tesoro de la tumba del joven faraón Tutankamón, en las que todo está dispuesto de un modo mucho más ordenado (probablemente, a instancias del propio Howard Carter, el famoso egiptólogo que descubrió el tesoro). Hay también una sala llena de momias imponentes que no me resistí a visitar. Entre ellas está la del gran Ramsés II, el protagonista del famoso soneto “Ozymandias” (el nombre en griego de Ramsés) escrito por Percy Shelley, a quien dejó impresionado -como a tantos- la magnificencia de las obras públicas construidas en tiempos de este faraón.

Y, por fin, si se visita Guiza, no se puede dejar de acudir al recinto de las grandes pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos, que acompañadas por la famosa esfinge llenan de emoción al visitante, al que casi emulando a Napoleón, pero corrigiendo su aseveración, le dan siempre ganas de decir aquello de “¡cuatro mil seiscientos años nos contemplan!” Termino con algunas de las fotos que tomé en tan impresionante e irrepetible entorno, que espero volver a visitar con más calma, más tiempo libre, y mejor compañía.

         

1 comentario por el momento ↓

#1 Tina on 04.10.11 at 5:53 pm

Igkdms That’s way more clever than I was expecting. Thanks!

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